Reseña de La historia de Horacio de Tomás González – Leer es vivir dos veces

Vivir es exprimir la rutina hasta que merezca la pena vivirla

Todo lo reacio que en muchas ocasiones soy con el trabajo de las editoriales, otras veces tengo que reconocer su importancia. Entre estas últimas razones se encuentra la de acercar autores y autoras que de otra forma no llegaríamos. Los nexos entre editoriales a un lado y otro del Atlántico son facilitadores de esta tarea editorial y en este caso el reconocimiento recae sobre Sexto Piso. El año pasado descubrí a Tomás González gracias a la edición de La luz difícil (publicada en 2011), el que creo que es su último libro y tras su lectura corrí a la librería a pillar Primero estaba el mar, la que creo que es su primera novela (publicada en 1983). Ambos me encantaron y cuando la editorial se puso en contacto conmigo, hace escasas semanas, para enviarme La historia de Horacio (publicado originalmente en el 2000) no lo dudé ni un momento. Aun sabiendo que ya no hago tantas colaboraciones como antes porque llegué a un punto en el que no podía decidir qué quería leer, solo leía lo que las editoriales me enviaban (dentro de esta experiencia se encuentran varias de mis críticas al trabajo de las editoriales, que algún día desarrollaré en algún foro). En fin, que de Tomás González hasta los andares, como os contaré en esta reseña.

La historia de Horacio abarca su historia y la de todo lo que lo rodea: su mujer y sus seis niñas, un único hijo malencarado y grosero, cuñadas por doquier, un hermano escritor y otro comerciante, un cuñado médico, dos vacas y los terneros que crecen dentro de ellas, los naranjos de su finca –que dan sombra a un Volkswagen de dudoso pasado pero adquirido legítimamente– y las docenas de antigüedades cuidadosamente guardadas, algunas de ellas auténticas obras de arte y todas muy valiosas para él solo por el hecho de pertenecerle. Mientras la vida les sucede con rotundo e inevitable humor a estos personajes conmovedores, Horacio enfrenta sus últimos días con serenidad, ironía y una vitalidad que se resiste a lo que le depara el destino. En este relato desbordante de vitalidad, desde el principio hasta el irreversible final, están presentes el poder de la naturaleza y la fuerza de unas relaciones familiares que todo lo superan.

Leer los libros de un autor sin seguir el orden cronológico tiene su dificultad analítica, porque no puedes ver la evolución de su estilo. En este caso, en contraposición con los dos anteriores, creo que González utiliza más la oralidad- Se deja llevar por las expresiones coloquiales, especialmente con los personajes que trabajan en la casa de Horacio, y en ocasiones difíciles de seguir para un lector extracomunitario (permitidme el símil futbolístico); por poner un ejemplo: “las silgas se arremolinaban en la ponchera de agua con azúcar que les ponían las niñas” o el uso de la palabra “levantadora” para referirse a la “bata de andar por casa”. Nada de esto es una crítica, al contrario. Me encanta encontrarme con expresiones y palabras que desconozco dentro de mi propio idioma y creo que es un acierto del autor el utilizarlas porque de alguna manera las conserva, las cuida, en definitiva, las mantiene vivas. Si os vais a lanzar a este libro permitidme que os recomienda leer el primer capítulo del tirón, sino creo que el riesgo de abandono es alto. Si pasáis de ahí, si entráis en la propuesta de Tomás González, vais a disfrutar hasta el final. Y digo hasta el final porque el final yo no lo disfruté. Podéis llamarme quisquilloso, pero la última frase no me ha gustado; con lo bien escrito que está todo el libro, la última frase me resulta forzada y artificial. Horario no se merecía esa frase. Pero más allá del puro final, os encontraréis con una novela conmovedora, escrita desde la consciencia del final de una vida, con la sonrisa que brilla en la cara del que se va, con el reconocimiento a los que se quedan, reconocimiento de sus vínculos, de sus pasados, de sus vicios y sus virtudes, de sus intentos por sobrevivir y por mantener la dignidad en un entorno enfangado y pobre. Tomás González pone en Horacio la mirada aristotélica de la felicidad al final de la vida. Horacio sufre, pero se deja llevar. Horacio sabe, por convicción o por necesidad, que vivir es exprimir la rutina hasta que merezca la pena vivirla. Horacio mantiene su vida, sus preocupaciones, su rutina, su forma de ser y de estar en el mundo hasta momentos antes de morir. Y escribir todo esto y de una manera tan bella está al alcance de unos pocos, y entre esos pocos se encuentra el colombiano (bendita tierra de escritores) Tomás González. Yo seguiré su estela y leeré todas sus novelas y sus relatos. Quiero leerlo todo de este gran descubrimiento que ha sido Tomás González, el autor con el nombre menos comercial del mundo.

¡Nos vemos en la próxima reseña!

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