Una road novel con más luces que sombras
Más de seis años sin volver sobre un autor que me gustó. Es raro. Suelo leer en espiral, volviendo sobre los mismos temas y autores. Normalmente unos me llevan a otros, pero esos otros terminan por acercarme a los unos. A veces cojo ramificaciones, mi instinto elige el camino de la bifurcación menos transitado, o el que en ese momento más llama mi atención. El caso es que he tardado seis años en volver a sentarme con Dave Eggers, ahora con Héroes de la frontera, editado por Random House. Y la última vez que compartí sillón con Eggers fue con El monje de Mokha, un libro maravilloso. Pudiendo pensar que un libro sobre la industria del café y una road novel por Alaska no tienen nada que ver, ambos libros hablan de cosas parecidas. Por eso me sorprende haber tardado seis años en encontrarme con Eggers. Sea como fuere, damos la bienvenida con un café calentito y una chimenea hipnótica.
Héroes de la frontera cuenta la historia de Josie. Una mujer cansada y disgustada con una vida que se encuentra a años luz de la que alguna vez soñó. Tiene cuarenta años, dos hijos y el apremiante anhelo de mandarlo todo al garete. Separada de su marido y tras perder su clínica dental, se siente culpable por la muerte de un joven paciente al que animó a ir a Afganistán. Harta del ritmo frenético de la gran ciudad, se deshace del móvil, renuncia a su tarjeta de crédito y alquila una destartalada caravana -el simpático Chateau al que cogeremos cariño- para viajar a Alaska junto a sus hijos de ocho y cinco años, Paul y Ana, los otros dos héroes de esta historia. Sin avisar a nadie y sin fecha de regreso, deja atrás sus posesiones y sus errores para renacer en una tierra de luz y montañas. La renuncia a la comodidad nace del interior de Josie, es una sensación primitiva, instintiva, cuando las cosas van bien hay que cambiar, “gravitamos hacia la comodidad, pensó Josie, pero hay que racionarla. Un tercio de comodidad y dos tercios de caos: el equilibrio”. La novela es un manifiesto hacia los precipicios y las piscinas vacías. Hay que tirarse. Hay que saltar. Hay que ser valiente para dominar tu propia historia. Al atreverse, Josie se ha liberado, “de muchas cosas, del miedo a Carl, del fantasma de Evelyn. Nunca se sentiría libre de Jeremy, pero dos de tres suponía un buen comienzo. Ya no estaba huyendo de nada. Pero no significaba que quisiera que la protegieran, la manejaran, la cuidaran”. La soledad de Josie y el anhelo de un hombre que la cuide y con el que compartir su aventura va mutando a lo largo del libro. Esa mutación va acompaña del descubrimiento profundo de sus hijos, de pasar mucho tiempo con ellos, sacarles de la zona de confort y obligarles a dudar de todo y aprender que solo se tienen los unos a los otros. Esa mutación se completa de la mejor manera posible, “Josie supo entonces que, mucho mejor que buscar a un valiente, mejor y posiblemente más fácil que buscar a valientes en el mundo era crearlos. No necesitaba encontrar a humanos íntegros y valientes. Tenía que hacerlos”. Y a eso se dedica Josie, a sobrevivir y a dar forma a dos seres humanos íntegros y valientes, sus hijos.
Creo que Eggers acierta en dos puntos. En la metáfora de la huida de Josie a Alaska como un viaje al interior de sí misma y de sus hijos. El viaje se convierte en una metáfora del crecimiento personal y de la actualización de las necesidades y los valores de cada uno de ellos y de su conjunto, “Josie se descubrió sonriendo, consciente de que habían hecho lo que habían podido con lo que tenían, y que habían encontrado alegría y un sentido a cada paso (…) miró las caras ardientes de sus hijos y supo que estaban donde debían estar, que eran quienes debían ser”. Y mañana ya veremos… Y el otro acierto está en el uso del fuego, del incendio. Me recordó a la forma en la que Hitchcock resolvió uno de sus mayores retos como director, crear un ambiente tensionado a partir de un campo abierto, la escena del avión fumigador en Con la muerte en los talones. Creo que es el mismo recurso que utiliza ahora Eggers. Poco a poco, sin aparente peligro el incendio acaba quemando todo y taponando las posibles salidas. Es divertido leerlo con la imagen de Cary Grant en la memoria (inciso: si os interesa esta escena y cómo la pensó y la resolvió Hitchcock os invito a leer El cine según Hitchcock una conversación con Truffaut imprescindible para los amantes del cine).
Pero no todo es maravilloso en Eggers, en mi opinión comete un error: tirar de manoseado sueño americano y la idea de que superándote a ti mismo lograrás todo aquello que te propongas. Qué pereza el mantra meritocrático. Ya me dio pereza con El monje de Mokha y me vuelve a dar pereza ahora. Y me dirijo directamente a ti, Dave Eggers: cariño, que ya nadie se traga esto. A ti te funciona porque la novela no tiene final. Se cierra con una escena épica donde todo sale bien y un despreocupado último capítulo con una sola frase que invita al carpe diem perpetuo. Pero, darling, la vida no es así. Y el esfuerzo no es garantía de éxito; si es que somos capaces de llegar a un acuerdo sobre lo que es el éxito, porque sospecho que el éxito para ti y para tu protagonista y sus hijos no es lo mismo. Así que deja el mantra neoliberal de lado en tus novelas y los que no somos esencialistas como tú las terminaremos con mejor sabor de boca.
¡Nos vemos en la próxima reseña!
 
							 
						 
							 
							 
							