Al lado del increíble escenario natural de la Praia fluvial das Azenhas, en plena freguesia de Caminha, el festival CAVilar de Mouros ha celebrado la semana pasada nada menos que 65 años de historia.
Lo que nació como una rareza en un rincón del norte portugués, hoy es uno de los festivales más importantes de nuestro país vecino y una cita ineludible para cualquier amante de la música. Es considerado como uno de los festivales más longevos de Europa y esa longevidad no es casual, organización impecable, detalles cuidados al máximo, precios asequibles, respeto por el asistente, un solo escenario en una explanada natural, que evita los solapamientos y un mimo especial para el público y también para los medios acreditados.
Nada de colas interminables para bebida, comida, o baños y una zona para medios, con todas las facilidades para poder desarrollar su actividad. Aquí parece que todo fluye de manera natural, como lo hace el rio Coura, que rodea el festival.
Jueves 21 agosto
Las primeras en salir fueron las Girlband!, banda emergente con descaro y actitud, que presentaron un repertorio en el que cabía tanto el pop con puño punk, como el guiño al glam de T. Rex en su versión de “Hot Love”. El trío de Nottingham luchó con el hándicap de tocar a primera hora de la tarde, con un espacio todavía algo vacío, lo que deslució un poco su actuación; y eso que ya son conocidas por la península, dado a sus anteriores visitas.
Temas como “21st Century Suffragette” o “Thelma and Louise” confirmaron su voluntad de hacer canciones con trasfondo y pegada, directas a los pies para saltar, pero también con un discurso de empoderamiento. Energía juvenil bien dosificada para abrir boca y demostrar que CA Vilar de Mouros no solo cuida a sus clásicos, también sabe dar espacio a nuevas voces.
Los siguientes, los británicos The Godfathers, fueron otra historia, pub rock elevado a categoría casi de ceremonia “british”. Un concierto abrasivo, sin concesiones y directo, demostrando que incluso en un gran escenario pueden sonar tan cercanos y certeros como en una sala pequeña que, al fin y al cabo, es su espacio natural.
He perdido la cuenta de las veces que los he visto en directo y ciertamente este puede que sea uno de los mejores bolos que he tenido la suerte de disfrutar. Himnos como “This Is War”, “Cause I Said So” o el inevitable “Birth, School, Work, Death” encendieron la mecha de un público que ya comenzaba a llegar al festival y que respondió a la llamada de Peter Coyne – del que se dice que nunca nadie le vio sonreír – y los suyos.
No inventan nada nuevo a estas alturas, ni falta que hace, pero mantienen esa mezcla de sudor y urgencia que sigue siendo adictiva en cada uno de sus temas y están en plena forma.
Y entonces llegó la locura juvenil. Palaye Royale congregaron a más público que nadie hasta el momento, incluso más que los veteranos The Damned, que venían después de ellos.
Con estética de glam rock y discurso con supuesta actitud punk, la banda estadounidense/canadiense tiró de artificio y supuesto carisma para ganarse a su ejército de seguidores, aunque a nivel musical la cosa quedó un poco descafeinada, por ser magnánimo en la definición.
Su “Death or Glory” abrió el set con voces pregrabadas que dejaron dudas entre los menos entregados, pero a sus fans les dio exactamente igual, gritos y móviles en alto.
Entre “No Love in LA”, “Mr. Doctor Man” y “Broken”, el trío conformado por los hermanos Kropp, firmó un concierto más mainstream de lo que ellos mismos pregonan, pero efectivo para quienes solo querían celebrar con ellos y es que el fenómeno fan no atiende a las razones lógicas y el corazón es un animal extraño, que decían los Ilegales.
Uno de los broches de la noche lo pusieron, como no podía ser de otra manera, The Damned, en uno de esos conciertos que justifican por sí solos la peregrinación a Vilar de Mouros. Casi cinco décadas después de haber dado el pistoletazo de salida al punk británico, siguen siendo capaces de levantar un escenario entero con la teatralidad de Dave Vanian y el humor corrosivo del Capitán Sensible.
Desde el primer acorde de “Love Song” quedó claro que aquello iba a ser un festín para todos sus fans. Vanian, con su habitual pose de crooner gótico, llevó la batuta con una mezcla de teatralidad y elegancia que recuerda por momentos a un Vincent Price del rock, mientras que, el Capitán, con su inseparable gorro rojo y camiseta tuneada, equilibraba la oscuridad con su punto de sarcasmo.
El setlist fue un repaso a su historia: clásicos como “Neat Neat Neat” y “New Rose”, el primer single (oficial) del punk editado en Reino Unido en 1976 (y de esa aseveración no me bajo) sonaron tan rápidos y efectivos como entonces. “Wait for the Blackout” y “The History of the World (Part 1)” dieron paso a un momento especialmente teatral con “Eloise”, la versión de Barry Ryan que se ha convertido en uno de sus grandes himnos.
Quizás la sorpresa para muchos – aunque ya ha sido incluida en su setlist – llegó con su lectura de “White Rabbit” de Jefferson Airplane, que se transformó en un viaje psicodélico antes de desembocar en el imprescindible “Smash It Up”, que cerró la noche con el público en éxtasis y provocando cantidades ingentes de pogos y empujones en las primeras filas. El respetable luso cayó entregado, quizás conscientes de estar asistiendo a una lección magistral de lo que significa haber estado ahí desde el principio y seguir mordiendo con la misma fuerza.
¿Quién nos iba a decir que en pleno 2025 íbamos a ver, sobre un mismo escenario, a The Damned y a los Sex Pistols (reencarnados con Frank Carter al frente)? Dos de los nombres fundacionales del punk británico, compartiendo cartel en el idílico paraje de Vilar de Mouros. La historia tiene estas ironías, lo que en los 70 se dio en contadas ocasiones – por la corta existencia de los Pistols – hoy se convierte en un regalo para cualquier aficionado.
El concierto de los Pistols con Carter fue exactamente lo que se podía esperar, prácticamente lo mismo que vimos en Rockland Art Fest, una mezcla de caos impostado, electricidad y sudor, con un vocalista que no ha nacido para encarnar el espíritu incendiario de Johnny Rotten, puesto que Frank Carter lo hace a su estilo, sin necesidad de imitar a nadie.
El bueno de Carter no se conformó con cantar desde el escenario, ya en la tercera y cuarta canción (“New York” y “Pretty Vacant”) se lanzó al público sin red, cantando entre la multitud como uno más. Un gesto que borró de golpe cualquier sospecha de revival nostálgico, sonando feroces y más rápidos que en la grabación original de Never Mind The Bollocks.
Y aunque el setlist es básicamente el mencionado único L.P de los Pistols, hubo lugar también para rescatar piezas menos obvias como “Silly Thing” o “Satellite” y momentos de respeto por sus raíces, como el No Fun de The Stooges, canción con la que Steve Jones – siempre en sus propias palabras – comenzó a aprender a tocar la guitarra, que enlazó con un devastador “No Feelings”.
Por muchos detractores que tenga este “invento”, lo cierto es que en directo no suenan a fósil ni a caricatura, si bien es cierto que son sostenidos en gran parte por la entrega desbordada de Carter, pero también por la fiereza instrumental los tres Pistols originales; Glen Matlock, Paul Cook y Steve Jones, que aun suenan peligrosos y broncos.
Viernes 22 agosto
El viernes arrancó con una curiosidad improbable en un festival así, una banda tributo a Linkin Park, bajo el nombre de Hybrid Theory. Bueno, parece improbable una banda tributo (sea a quien sea) en un festival, hasta que pasa, esperemos que no sea la tónica.
Lo típico y esperado, pero presentado en medio de una pradera portuguesa veraniega. Aun así, congregaron a un nutrido público entregado, nostálgico y ansioso por corear “Numb” y “In the End” como si estuvieran en los 2000. Poco más que añadir a una banda tributo. ¿Suenan bien? claro, condenadamente. Para eso se supone que son las bandas tributo, para calcar.
El trio belga Triggerfinger, que tuvieron su momento de gloria en el 2004, cuando editaron su disco homónimo, se subieron al escenario, sin pedir permiso, sin presentaciones y enchufando sus amplis a tope desde el primer acorde.
Además de su puesta en escena, los tres totalmente impecablemente vestidos, su amplia comunicación no verbal con el respetable y su simpatía, tuvieron el detalle de saltarse las normas de las tres primeras canciones para hacer fotos y dejaron pulular a sus anchas a los fotógrafos por el foso, algo que habla ampliamente y de manera positiva sobre su confianza escénica.
Se dejaron caer temas como “I’m Coming for You”, “First Taste”, “Let It Ride” o “Perfect Match”, y se movieron con un groove envidiable, elegancia combinada con riffs de acero y esa compacta fuerza sonora que te derriba sin previo aviso. Notables.
Y llegó el momento de los suecos Refused, ya vistos en Rockland, pero que siguen incendiando escenarios en esta gira de despedida bajo el contundente nombre de «Refused Are Fucking Dead (and This Time Really Mean It)». Tal y como nos tienen acostumbrados, fueron a mil desde el comienzo, pero comunicativos y reivindicativos, como siempre han sabido ser.
No faltaron las consignas en contra del genocidio de Israel sobre el pueblo palestino, que estamos viviendo en directo y ante la pasividad de la comunidad internacional, en las propias palabras de Dennis Lyxzén y todo ello sin mermar la tensión a la que acostumbran los conciertos de Refused.
La pantalla, que ya han lucido en la mencionada gira, alternó el mensaje que finalmente han hecho suyo; “THIS IS WHAT YOUR RULING CLASS HAS DECIDED WILL BE NORMAL”, con “FREE PALESTINE”.
Fue un setlist cargado de emoción al revisar su catálogo seminal y el público respondió levantando una nube de polvo en la pradera del CA Vilar de Mouros entre pogos feroces. Interpretaron himnos como “Poetry Written in Gasoline”, “The Shape of Punk to Come”, “Rather Be Dead”, “New Noise” y el devastador “Refused Are Fucking Dead”, enlazado con – medleys a modo de homenaje – de de Slayer o Black Sabbath en “The Deadly Rhythm” y “Elektra”, respectivamente.
Cerraron de manera muy emotiva y sentida al recordar sus comienzos y comentando que, ellos solo eran unos chavales que querían hacer una banda de hardcore clásico y nunca pensaron en llegar tan lejos, dando la despedida al público luso y avisando de que era el último concierto por sus tierras. Dispararon “Tannhäuser / Derivè”, como una bandera izada de adrenalina pura, en un escenario que apenas se veía por el polvo levantado por la “guerra” montada en primeras filas. Buena manera de morir la de Refused.
Para rematar la jornada, los norteamericanos Papa Roach se despidieron desde el mainstream con la pomposidad típica de sus shows. Nadando entre lo hortera y momentos musicales supuestamente violentos, dejaron claro que sus conciertos ya son para todos los públicos.
Comenzaron haciendo una mención directa, “Refused son una de nuestras bandas favoritas”, lo que no deja de ser una acción loable, para una banda estrella y cabeza de cartel, eso sí, fueron la única banda del festival que prohibió expresamente la entrada de fotógrafos al foso, subrayando una diferencia notable de comportamiento con el resto de los artistas.
Recorrieron un setlist generoso: desde “Even If It Kills Me, Blood Brothers”, y su consagración radiofónica … “To Be Loved”, hasta un momento soul y un tanto cafre, con “California Love” (cover de 2Pac). Dedicaron “Forever / In the End” “a Chester Bennington y a todos los artistas que perdimos”, como guiño emotivo.
El cierre fue como obliga un concierto totalmente mainstream, con el bis de “Between Angels and Insects”, un solo de bajo de esos que solo le gusta a los bajistas y un medley final que incluyó “Infest”, “Last Resort” y fragmentos de “My Own Summer” (Shove It) y “Break Stuff”—una ráfaga de nostalgia crossover.
Puro espectáculo de estadio lo de Papa Roach y así es como hay que verlo.
Sábado 23 agosto
La jornada se abrió con un concierto breve, pero encantador. Cavaliers of Fun, dúo portugués dedicado a la música de baile, entregó un concierto de media hora escasa, pero con suficiente actirud como para sacudir a un público “tempranero” y con pocas ganas de acercarse al escenario.
Temas como “Venice Beach” (con remix de Atlantis 1997), “Midnight Resistance”, “The Grand Canal”, “Wildfire y Valley of Dreams” llenaron la explanada de ritmos electrónicos con sabor lusitano, sintes cálidos, beats fluidos arropados con guitarras en directo y una chispa muy fresca para arrancar la tarde.
Luego subieron al escenario los legendarios Stereo MC’s, encabezados por Rob Birch, voz irrepetible del grupo siempre al frente del combo británico. Es un placer reencontrarse con uno de los grupos de nuestras vidas, bonito y extraño a la vez, al ver a gente joven entre el público cantando y bailando sus canciones.
El concierto fue vibrante, divertido, bailable y repleto de todos esos ingredientes electrónicos que han definido su sonido – hip?hop, acid house, accid jazz y una energía desbordante que sigue intacta tras décadas.
El setlist incluyó clásicos como “Pressure”, “Connected”, “Step It Up”, “Elevate My Mind”, “Running”, “Ground Level”, además de “Black Gold” y otros hits que hicieron mover al respetable como si estuviéramos a principios de los noventa, en plena eclosión de las fusiones de música de baile y rock británicas. Stereo MC’s fueron reyes y llegaron a Portugal a demostrar que pueden y deben seguir en ese estatus.
Lo de The Ting Tings fue uno de esos giros inesperados que acaban siendo lo más comentado del día. El dúo británico formado por Katie White y Jules De Martino, instalado desde hace años en España, apareció en el escenario acompañado por siete músicos.
Y aquello ya no era el pop minimalista que los llevó a las listas con “Great DJ” o “Shut Up and Let Me Go”, era casi una jam-band con aires Fleetwood Mac, un viaje sonoro que cruzaba la psicodelia setentera con la modernidad pop de sus comienzos.
Las canciones de siempre cobraron una nueva vida, “Great DJ” sonó expansiva, casi espacial, “We Walk” se convirtió en un mantra hipnótico, y “Danced on the Wire” o “Dreaming” funcionaron como experimentos psicodélicos en los que el público entró de lleno sin pensarlo.
Katie, con su carisma habitual, se movía como líder natural de una banda que parecía reinventarse sobre la marcha, mientras Jules mantenía el pulso rítmico y dialogaba con los nuevos arreglos y sus músicos en perfecta comunión con todos.
Fue sorprendente, elegante y valiente, un regreso por todo lo alto que muchos no esperaban de esa forma y que levantó grandes aplausos y admiración. Su nuevo trabajo, totalmente reinventados al soft rock setentero se titula Home y ha salido hace un par de meses, vía Wonderful Records.
De la sofisticación pop pasamos sin anestesia a la brutalidad metalcore con I Prevail, que llegaron con todo a la pradera de Vilar de Mouros. Era un concierto especial porque la banda está atravesando por cambios importante, Brian Burkheiser ya no forma parte del grupo, tras anunciar en mayo de 2025 su salida amistosa por problemas de salud relacionados con el síndrome de Eagle, que le causa dolor crónico.
El peso vocal recae ahora íntegramente en Eric Vanlerberghe, quien se mostró a la altura con un despliegue de agresividad gutural y control absoluto del escenario.
El show fue un auténtico vendaval, “Bow Down” abrió como un puñetazo, seguida de “Body Bag” y “Self-Destruction”, coreadas a gritos por gran parte de los asistentes, que no paraban de saltar. “Blank Space” de Taylor Swift —convertida en un cañonazo metalcore— volvió a demostrar por qué I Prevail sabe conectar con públicos más allá del metal tradicional. Hubo un medley incendiario con “My Own Summer” (Shove It), “Them Bones y Chop Suey!” que terminó de desatar la locura colectiva, que bien podría haber echado el suelo abajo, de haber estado en una sala.
Lo curioso de I Prevail es que, pese a toda la agresividad sonora, hay algo en su propuesta que recuerda a bandas como Take That, con todos mis respetos hacia ellos; estructuras pegadizas, estética trabajada y un show coreografiado en sus dinámicas, pero envuelto en una tormenta de breakdowns y redobles de batería imposibles con guitarras saturadas hasta la saciedad.
Son una mezcla improbable de Boy Band con guitarras de siete cuerdas y blast beats, y quizás ahí radica su secreto. El concierto fue arrollador y dejó claro que la banda sigue siendo una de las referencias del metalcore moderno.
El gran final del festival tenía que ser en casa. Y Da Weasel no decepcionaron, fueron recibidos como auténticos héroes, con banderas entre el público, bufandas con su nombre etc. Da Weasel, que mezclan rap, rock, funk y soul con identidad profundamente lusa, es parte de la memoria colectiva portuguesa y su regreso a Vilar de Mouros fue más que un concierto, fue una ceremonia intergeneracional – no había más que ver a familias enteras disfrutando de ellos – un reencuentro entre público y artistas que han crecido juntos.
El setlist fue muy generoso y pensado para el disfrute total, desde los primeros compases de “A essência – Vem sentir y Força” se notaba que todo iba a ser un viaje por su historia y por ende una travesía emocional para todos los presentes.
“Jay, Carrosel” y “Dialectos de ternura” fueron coreados con algo más que devoción, mientras que “Bomboca” y “Baile” encendieron la parte más festiva del concierto.
Momentos como “Bora lá fazer a puta da revolução” levantaron puños en alto y sirvieron como uno de los momentos reivindicativos de una banda multicultural, mientras que piezas como “Mundos mudos” o “Casa (Vem fazer de conta)” recordaron su faceta más poética.
El bis, con “Adivinha quem voltou”, “Selectah” y “Tás na boa”, fue el cierre perfecto, un canto de pertenencia y orgullo local que dejó a todos con la sensación de haber vivido algo irrepetible y es que no se trataba solo de un concierto, era el regreso de una de las bandas más internacionales de Portugal y la celebración de una identidad cultural compartida. De hecho, podemos decir que el concierto de Da Weasel ha sido el más coreado y cantado de todos los del CA Vilar de Mouros.
Y así el Festival CA Vilar de Mouros 2025 cerró sus puertas una vez más con la satisfacción de haber escrito otro capítulo en su larguísima historia. No hablamos de un macroevento masivo con cifras desorbitadas, es un festival con dimensiones más humanas, unos 8.000 asistentes por día, que encuentran en este rincón de Caminha algo que los festivales gigantes nunca podrán ofrecer.
No se trata de norias, sponsors por todas partes, aquí lo que prima es la música, la comunidad y la memoria.
Prácticamente desde la independencia, este pequeño paraíso fluvial ha visto pasar por su escenario a nombres tan míticos como The Pretenders, Bob Dylan, U2, Bauhaus, Iggy Pop, Sepultura, Manfred Mann, Neil Young… y la lista sigue como una enciclopedia del rock y sus derivas.
En un mundo saturado de festivales de quita y pon, Vilar de Mouros sigue siendo una roca firme de independencia y pasión musical.