En su cuarto álbum, My Morning Jacket se aisló en los estudios Allaire, situados en las montañas Catskill. John Leckie (The Stone Roses, The Verve, Radiohead) se encargó de la producción, llevando el trabajo del grupo a otro nivel. Country, rock, pop, reggae, dub, psicodelia y electrónica fluyen con naturalidad en una serie de canciones perfectamente medidas, aptas para todos los públicos, en las que los teclados jugaron un papel protagonista por primera vez.

Temas como «Wordless Chorus», «Off the Record», «Gideon», «It Beats 4 You» o «Lay Low» poco tienen que ver con la obra anterior de My Morning Jacket. Todo está envuelto en una niebla otoñal y misteriosa que recuerda a los R.E.M. sureños de Fables of the Reconstruction (1985). Imágenes religiosas, amor y redención sobrevuelan muchas de las letras. Lo mundano y lo espiritual: los dos grandes pilares del blues o de la música country. El espacio exterior convive con las carreteras polvorientas de Kentucky. La evolución de la banda resulta tan notable que parece otra. La voz de Jim James alcanza nuevas cotas de expresividad, elevándose sobre el resto para lograr un merecido protagonismo.

The Flaming Lips, Wilco, Drive-By Truckers, The National… En 2005 ningún combo se parecía a los de Louisville. La crítica —Rolling StoneQNMEMojo, Muzikalia— fue unánimemente positiva, con calificaciones de entre cuatro y cinco estrellas, y en algunos casos lo consideró una obra maestra. Fue elegido uno de los mejores discos de aquel año. A partir de entonces, el grupo continuaría trabajando de esta forma: sonido monumental, grandes melodías, pop con influencias setenteras y reverberación —antiguo efecto marca de la casa— prácticamente nula.

Además de la consabida remasterización de las cintas originales, la edición del vigésimo aniversario incluye 14 pistas extra: outtakes, caras B —«Chills» y «How Could I Know (Oxen)» — y demos. La banda ha publicado dos temas para promocionarlo: «Where to Begin», grabado para Elizabethtown (2005), y «The Devil’s Peanut Butter».

A día de hoy, el álbum continúa considerado uno de los mejores de My Morning Jacket: una mezcla entre clasicismo, experimentación y talento artístico. Su sombra fue tan alargada que se convirtió en el barómetro con el que se mediría el resto de su producción discográfica. El eco de Z aún resuena, recordándonos que las joyas musicales no envejecen: se expanden con el tiempo.

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