La oscuridad cayó temprano en la Carpa Velódromo, supimos que la noche sería un rito gótico más que un simple concierto. La expectativa se sentía en cada rincón: todos esperábamos reencontrarnos con esa voz profunda que, durante décadas, ha sido el eco de nuestras sombras.
El arranque con “Don’t Drive on Ice” y “Crash and Burn” fue como un presagio: guitarras densas, luces mínimas y Andrew Eldritch entrando en escena con esa presencia que no necesita ornamentos. El público, muchos vestidos de negro absoluto, ya estaba entregado desde el primer instante.
Pero el verdadero incendio comenzó con “Ribbons”, que desató un movimiento colectivo, y explotó con “Doctor Jeep / Detonation Boulevard”, donde la energía se transformó en una oleada de cuerpos saltando y coreando. Fue la antesala perfecta para el primer gran himno de la noche: “More”. Apenas sonó el “I want more…”, la Carpa se convirtió en un coro unánime; todos pedíamos más, todos estábamos ahí para dejarnos consumir por esa obsesión que aún vibra como en los años noventa.

El viaje siguió con canciones que se sienten como piezas de culto: “Alice”, cargada de nostalgia oscura, y el momento épico de “Dominion / Mother Russia”, que desató uno de los coros más poderosos de la noche. Era inevitable: pocos temas transmiten esa mezcla de fuerza y misticismo, y verlo en vivo fue como entrar en un trance colectivo.
Entre los respiros, apareció “Summer”, que bajó un poco la intensidad, solo para prepararnos para un giro emocionante: “Giving Ground”, ese guiño a The Sisterhood que los más clavados agradecieron, y una hipnótica “Marian”, que se vivió como un instante íntimo, muchos con los ojos cerrados, atrapados por la melodía.
Hacia el desenlace, canciones como “But Genevieve”, “Eyes of Caligula” y “Quantum Baby” mantuvieron el hechizo, mientras “On the Beach” y “When I’m on Fire” añadían nuevas capas de tensión. Y entonces, el clímax: “Temple of Love”. Desde el primer acorde, la Carpa explotó. Ese tema no es solo un éxito, es una declaración, y anoche sonó como una despedida gloriosa. Todos lo cantamos como si fuera la última vez, entregándonos al fuego de su estribillo: un cierre perfecto para un viaje oscuro y sensual.

Cuando las luces se apagaron, la sensación era clara: no habíamos presenciado únicamente un concierto, sino un rito compartido. The Sisters of Mercy no necesitan adornos ni espectáculos grandilocuentes. Con su música, su atmósfera y su energía, transformaron una noche cualquiera en una experiencia gótica que nos recordó por qué sus canciones siguen vivas en el deseo y la memoria de quienes los seguimos
.
fotografia facebook : zepeda brothers/@keywords.mx