Si es usted de los que quedó bastante decepcionado con el tono electro-jocoso de Office Politics (2019), el anterior (y exitoso) disco de Neil Hannon y sus The Divine Comedy, que muchos de sus fans tomaron como una meada fuera de tiesto por parte del pequeño genio irlandés, no se preocupen: aquí llega la enmienda.
Tomándose su tiempo, con una recopilación de éxitos por medio para respirar, Neil Y su gente han ido grabando, entre el legendario estudio londinense Abbey Road y el Sonic de Dublín, un nuevo trabajo, el número trece de su colección, titulado de una forma tan romántica como Rainy Sunday Afternoon y que supone toda una vuelta a las hechuras barrocas (ese término tan odiado por Hannon), orquestales y de exquisitez pop a las que siempre ha estado vinculado el proyecto que capitanea Edward Neil Anthony Hannon desde 1989.
Y ese “retorno a la forma” del que hablamos se nota desde los primeros compases de “Achiles”, una pieza que automáticamente pasa a ornamentar el repertorio más destacado de la banda gracias a sus aires a Scott Walker, con esas acústicas y esos arreglos de campanas tan solemnes de su inicio, así como ese estribillo tan marca de la casa, que de golpe y plumazo hace olvidar cualquier desliz anterior que tuviera Hannon transitando por otros derroteros. Esto es puro Divine Comedy, con total certificado de autenticidad.
Pero no nos llevemos a engaño ¿De qué The Divine Comedy estamos hablando? Si esperan al Hannon canallita de “Something for the weekend” o “At the indie disco” están muy equivocados. De hecho “Achilles” es una maniobra inteligente en cuanto a llamar la atención. Es un tema que te mete de lleno en un disco que no, no va a ser tan fácil de escuchar. Ni mucho menos.
Se encarga de introducir esa sensación “The last time I saw the old man”, pieza de nuevo orquestal, pero con una cadencia otoñal con la que nos inunda la melancolía y que entra de lleno en lo que va a ser el hilo conductor de estas canciones: la reflexión entorno al paso del tiempo, la vida en la mediana edad y la muerte. Es un tema con un groove de bajo que repercute en la atmósfera apesadumbrada, que parece seguir los pasos de ese “old man”, que no es otro que el padre de Hannon, aquejado de Alzheimer los últimos diez años de su vida. Esta canción es una observación de su último año. Y te duele el alma al escucharla, la verdad.
No tan dura, pero tampoco ligera es la sensación que uno encuentra en “The man who turned into a chair”, de inicio cercano al folk pastoral, pero que poco a poco, gracias a esos coros que recuerdan a la música de los años cincuenta, va adquiriendo algo de luz pop en esta reflexión sobre el paso del tiempo en los huesos de un hombre de mediana edad que ve en qué se ha convertido tras anquilosarse en una vida convencional. Menos mal que llegan la obviamente romántica “I want you” y esa especie de (maravillosa) reivindicación del genio de Brian Wilson que titula el disco, para aligerar un poco un ambiente que comenzaba a recargarse.
También livianos son los arreglos de “All the pretty lights”, una especie de pieza de musical del West End londinense, que recupera con candor recuerdos navideños de la infancia de su autor, algo no exento de cierta velada melancolía, que no deja de inundarnos, igual que en “Down the rabbit hole”, de las pocas que ponen acento eléctrico a este cóctel tan barroco (con lo poco que le gusta a Hannon que usen tal adjetivo para calificar su música) o la que es para el que suscribe la pieza maestra del lote, “Mar-a-lago by the sea”, una ambrosía de ensoñación veraniega que aunque llegue en otoño nos abraza con su perezoso viento mediterráneo.
Y el disco afronta su final con otras tres cargas de profundidad: “The heart is a lonely hunter”, de nuevo reflexiva, profundamente romántica y marca de la casa, con todo el talento de Hannon invertido en otra de las piezas que reivindican su puesto entre lo mejor del proyecto al que ha dedicado su vida; “Can’t let go”, pieza instrumental a piano que es como un cuadro impresionista y representa mejor el espíritu otoñal de este disco que cualquier letra; y, finalmente, “Invisible thread”, canción dedicada a su hija Willow, cava hondo de nuevo en los sentimientos que asaltan a cualquier persona de la edad de Neil, sobre todo ante ese tan, tan temido síndrome del nido vacío cuando los hijos abandonan el hogar. De esta forma cincela el autor, junto al nutrido número de músicos que le acompañan en esta ocasión, la que podemos considerar sin duda una de sus obras cumbres. Se ha tomado su tiempo para ello, pero redime firmemente cualquier error del pasado recuperando su mejor versión en un trabajo, definitivamente, superlativo.
The Divine Comedy – Rainy Sunday Afternoon