Reseña de Corazón tan blanco de Javier Marías – Leer es vivir dos veces

Ucronías y sospechas brillan en una novela impresionante

Mi idilio con Marías es reciente. Lo descubrí muy tarde. Pero desde entonces procuro no alejarme mucho de él. En pocos años ha pasado a ser uno de mis escritores de cabecera. Me muevo entre la pena porque solo podré leer lo que ya ha escrito y la alegría porque aún me quedan muchas novelas suyas por leer. Hoy os traigo Corazón tan blanco publicado en 1992 por Anagrama. La edición que yo he leído es la de Alfaguara de 2022. El título de la novela lo extrae Marías de unos versos de Macbeth muy bien traídos a la trama de la novela. Por mi cumple me regalaron otro Marías, Tu rostro mañana, un tocho muy sugerente que, seguro, no tardaré en leerlo. Pero vayamos al lío que de Corazón tan blanco hay muchas cosas que contar.

Juan Ranz, el narrador y protagonista de la novela, hace recuento de su primer año de matrimonio y evoca el modo en que un incidente fortuito ocurrido durante su viaje de novios, una conversación oída casi involuntariamente al otro lado de la pared de una habitación en un hotel de La Habana (conversación en la que una mujer incita a su amante al asesinato de su esposa), introduce en su conciencia un desasosiego que no hacen más que alimentar los imprevistos indicios sobre su pasado -y más concretamente sobre el pasado de su padre, tres veces viudo-, que poco a poco salen a la luz. Al contrario de lo que ocurre en las novelas de detectives, esta novela narra la revelación de un crimen del que nadie tiene noticia y que a nadie interesa investigar, pero cuya ejecución, a pesar de todo, se abre paso a través de las palabras. El narrador es “un hombre que prefiere no saber”, pero, traductor e intérprete de profesión, no puede resistirse a prestar oído a cuantas palabras escucha, y a tratar de interpretarlas, y es de este modo como llega a saber lo que no quiere (“escuchar es lo más peligroso, es saber”). Lo que recrea la novela es, de hecho, un proceso de conocimiento que, si bien mantiene hasta el final la expectativa concreta acerca de cuál es el móvil del suicidio tan magistralmente evocado en las primeras páginas, repercute más profundamente en la perspectiva que se va abriendo al protagonista sobre un mundo que, poco a poco, se le aparece como una gran rueda en que palabras y actos se suceden conforme a un mecanismo fatal, aunque en definitiva irrelevante.

De las críticas que he leído (y es fácil leer muchas porque la página web del autor conserva todas las críticas a sus libros) me gustaría destacar lo que en su momento (1992) escribió Ignacio Echevarría en Babelia sobre la novela [perdonad la extensión, pero está muy bien dicho, lo comparto, y me gustaría conservarlo en mi blog para leerlo yo cuando lo necesite]: “admirable es la forma cómo en esta novela el texto mismo reproduce el propio mecanismo que tiende a expresar y se configura como un sistema de reiteraciones y de paralelismos, de progresiones y recurrencias, que se va adensando en los últimos tramos. Admirable es también la capacidad de Marías para construir un discurso reflexivo sin abrumar el relato, más bien al contrario, haciéndolo brotar con toda naturalidad de unas anécdotas que prosperan por sí mismas. El riguroso edificio de la novela alcanza con tanta mayor eficacia sus intenciones por cuanto el relato sigue un itinerario que se diría accidental y el propio discurso se distrae frecuentemente con digresiones que parecen desviarse de su propósito. La azarosa singladura del texto realza la inexorabilidad con que se cumplen sus propios vaticinios: hasta los episodios más transversales con respecto a la demorada revelación que sostiene la expectativa, contribuyen a dotar a la novela de la densa temporalidad que conviene a su proyecto (de este modo actúa en la novela el suculento episodio neoyorquino). Como ya ocurría en Todas las almas. la aparente aleatoriedad del texto, así como la imponente consistencia de los personajes (todos soberbiamente trazados) y la variedad de sus tonalidades (con frecuentes notas de humor) dotan a la voz narradora en primera persona de una enorme eficacia y poder persuasivo (de ahí la tentación de atribuirle una consistencia autobiográfica). Pero quizás deba destacarse, muy en especial, la soberanía de un estilo espacioso y sereno, de largo aliento, que tiende a ensanchar sus periodos con amplios abanicos disyuntivos, en medio de los cuales se abren continuamente, como burbujas, cláusulas parentéticas (pero casi siempre con valor adversativo; como esta misma). Cada intención merodea y se matiza en un dilatado caudal de posibles variantes, de tal modo que (como ocurre con Proust, aunque de muy otra manera) el significado se precisa por expansión. Se trata de un estilo en plena madurez, sin apenas estridencias (acaso una episódica propensión al didactismo y a la sentenciosidad o, respecto a algunas cuestiones menudas, la tentación de opinar con inconveniente contundencia). Del mismo modo que apenas presenta fisuras una fábrica narrativa armada con gran sabiduría (sobra, quizás, pero apenas molesta, el inventario final)”. Toma ya. Esto es exactamente lo que me hubiera gustado expresar sobre el libro.

Hay dos espacios reflexivos en el texto que me han parecido más interesantes que el resto. Por un lado, el trabajo del protagonista; decidir que sea traductor e intérprete le da mucho juego a Marías para divagar sobre el lenguaje. Ideas como “solo lo que no se dice ni se expresa es lo que no traducimos nunca” o, especialmente esta, “contar deforma, contar los hechos deforma los hechos y los tergiversa y casi los niega, todo lo que se cuenta pasa a ser irreal y aproximativo aunque sea verídico, la verdad no depende de que las cosas fueran o sucedieran, sino de que permanezcan ocultas y se desconozcan y no se cuenten, en cuanto se relatan o manifiestan o muestran, aunque sea en lo que más real parece (…) en lo que se llama la realidad o la vida o la vida real incluso, pasan a formar parte de la analogía y el símbolo, y ya no son hechos, sino que se convierten en reconocimiento. La verdad nunca resplandece, como dice la fórmula, porque la única verdad es la que no se conoce ni se transmite, la que no se traduce a palabras ni a imágenes, la encubierta y no averiguada, y quizá por eso se cuenta tanto o se cuenta todo, para que nunca haya ocurrido nada, una vez que se cuenta”, forman parte del sustento discursivo de la novela. Marías necesita que entendamos esto para que disfrutemos de la novela y nos lo ofrece magistralmente, sin saturar al lector, de una forma muy natural y fluida. Por otro lado, el segundo espacio reflexivo es el que tiene que ver con las relaciones de pareja, “estar junto a alguien consiste en buena medida en pensar en voz alta, esto es, en pensarlo todo dos veces en lugar de una, una con el pensamiento y otra con el relato, el matrimonio es una institución narrativa”. Y a partir de esa narrativa y la idea ya impregnada en el lector de que la única verdad posible es la no velada (quién sabe si Marías nos gastó una broma con esa no-velada, la verdad novelada), introduce las ucronías y las sospechas como punto ciego del texto. Las sospechas recorren la mente del protagonista [es el momento de decirlo, yo podría ser Juan Ranz: dudar de todo y de todos es mi mayor defecto. Y los que somos así solo sobrevivimos porque, como reconoce el protagonista al final del libro, “no se puede convivir con varias [sospechas] al mismo tiempo, por eso a veces se descartan unas (…) y se alimentan otras”], sospechas, decía, de sus seres más queridos, “Quién no ha tenido sospechas, quién no ha dudado de su mejor amigo, quién no se ha visto traicionado y delatado en su infancia, en el colegio se encuentra ya uno cuanto le espera después en el codiciado mundo”. Y las ucronías, la especulación sobre realidades alternativas [que me encantan y que práctico a menudo], también le dan mucho juego a Marías para rallar más a su protagonista, “los pasos que da una noche al azar y sin consecuencia acaban llevando a una situación irremediable al cabo del tiempo o del futuro abstracto, y ante esa situación llegada nos preguntamos a veces con ilusión incrédula: “¿Y si no hubiera entrado en ese bar? ¿Y si no hubiera respondido al teléfono un martes? ¿Y si no hubiera aceptado el trabajo aquel lunes? Nos lo preguntamos ingenuamente, creyendo por un instante (pero solo un instante) que en ese caso no habríamos conocido a Luisa y no estaríamos al borde de una situación irremediable y lógica, que justamente por serlo ya no podemos saber si queremos o nos aterra, no podemos saber si queremos lo que nos pareció que queríamos hasta hoy mismo. Pero siempre conocemos a Luisa, es ingenuo preguntarse nada porque todo es así, nacer depende de un movimiento azaroso, una frase pronunciada por un desconocido en el otro extremo del mundo, un interpretado gesto, una mano en el hombro y un susurro que pudo no ser escuchado” o aquellas situaciones que podrían haber afectado a la vida de otras personas, “pensé que esa niña, Nieves, sería distinta y mejor si yo la hubiera amado no solo de lejos, si pasada la adolescencia le hubiera hablado y la hubiera tratado y ella hubiera querido besarme, lo cual no podré saber nunca, si habría querido. Ya sé que no sé nada de ella, sin duda le falta inquietud y ambición y curiosidad, pero estoy seguro al menos de un par de cosas: de que no vestiría como viste ahora y habría salido de la papelería, yo me habría encargado”. He extraído dos fragmentos muy cortos de la novela, a partir de ellos Marías se explaya en idas y venidas de razonamientos que no dejan espacio a las interrupciones o a las disyuntivas, lo termina abarcando todo. Es una pasada.

Lamento la extensión de la reseña, aumentada por las citas textuales del libro y de la crítica de Echevarría. A los que hayáis llegado hasta aquí, gracias. A los que no, espero que hayáis leído lo suficiente para animaros a comprar o sacar de la biblioteca este libro. No os defraudará.  

¡Nos vemos en la próxima reseña!

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