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    Reseña de Glanbeigh de Colin Barrett – Leer es vivir dos veces

    La sensibilidad hecha conciencia de clase

    Cuando terminé de leer Casas de locos fui corriendo a mi librería para preguntar por otros títulos de Colin Barrett. Sin dudarlo demasiado, me recomendaron Glanbeigh, publicado originalmente en 2013 y editado en España también por Sajalín en 2016. Llevo un verano en el que los prólogos de Kiko Amat (El día del Watusi y este) se me atragantan. No les están haciendo ningún bien a los libros, pero bueno, no seré yo quien diga que no disfruta los libros de Amat (salvo el último que me han dicho que es demasiado para el cuerpo). Pero vayamos al lío.

    Glanbeigh es un libro de relatos sobre la vida de la clase obrera, rural y postindustrial irlandesa. También es el nombre del pueblo. Un pueblo que no se encuentra en ningún mapa (pero Barrett tira para casa y lo sitúa en el condado de Mayo) y en el que los anhelos, frustraciones y contratiempos de los habitantes de este pueblo os resultarán familiares. Jóvenes con un futuro incierto que malviven mediante empleos ingratos o mal pagados (portero de discoteca, gasolinero, bedel), matones, traficantes poco profesionales; chicos a la deriva atrapados en un mundo cuyas únicas válvulas de escape son el alcohol, el sexo y la violencia, protagonizan los siete relatos que conforman este libro. Sobre ellos escribe Barrett “con afecto, sin condescendencia, viviendo sus vidas” (en palabras de mi prologuista del verano, Kiko Amat), y con un estilo sólido y sugerente, áspero y a la vez poético, que ha hecho de Glanbeigh uno de los debuts literarios más aclamados de los últimos años.

    No soy capaz de quedarme con un solo relato, me gustaron todos. Cada uno con lo suyo. En todos Barrett consigue clavar su mirada poética de una vida que no tiene nada de lírica. Vidas anodinas, malgastadas, oprimidas, subyugadas a los lamentos rurales que provoca el capitalismo europeo y el neoliberalismo irlandés. Familias rotas, jóvenes desorientados y reorientados por el alcohol (“beber no ayuda, pero sí que ayuda”), madres adolescentes, maridos ausentes… Y como señala la gente de la Librería Canaima “hay culpa, violencia, heridas abiertas y sobre todo, lealtad, belleza y ternura. Sí, por encima y a pesar de todo, hay belleza y ternura”. Esa belleza y esa ternura en muchas ocasiones surge de la amistad. Porque en los pueblos hay miseria, pero también hay amistad, camaradería y comprensión. Barrett se inventa Glanbeigh y lo sitúa en lo que él conoce y seguramente haya mamado, pero nos está hablando de nuestros pueblos, de nuestros contextos (que son el mismo contexto neocapitalista), de nuestros amigos y de nosotros mismos. La universalización de los problemas debería hacernos entender que los culpables no somos nosotros, ni nuestras circunstancias, que los culpables están fuera, están lejos de nuestras lágrimas, nuestros lamentos y nuestras manos. Que no podemos cogerlos por el cuello, o señalarles con el dedo. Barrett, con la sensibilidad de los buenos escritores, ha escrito un libro marcadamente comprometido y, por lo tanto, político. Disfrutemos de su lectura y aprovechemos para alimentar nuestra conciencia (y nuestra lucha) de clase. Leamos todo lo que escriba Barrett, a riesgo de que todas las reseñas se parezcan, como todos los pueblos se parecen a Glanbeigh.

    ¡Nos vemos en la próxima reseña!

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